jueves, 5 de junio de 2014

Monarquias y repúblicas


Sólo unas horas –incluso minutos- después del anuncio de abdicación del rey, los antimonárquicos se lanzaron a la calle con la idea de que era el momento de liquidar la monarquía y llevar adelante su ideario.
Y la otra parte, el statu quo, mayoritariamente monárquico, inició el baile de sus mejores espadas en defensa de la venerada institución.
Los unos intentando conseguir su santo grial, y los otros que no les roben la tostada. Los unos en una lucha activa, y los otros en una acomplejada actitud defensiva. Cada uno a lo suyo y sin mirar atrás, sin querer saber cómo están dejando el campo de batalla.
¿Pero cuál es la trascendencia de una u otra opción?
En lo que llaman “nuestro entorno”, nos encontramos con las dos formas de estado: Gran Bretaña, Holanda, Suecia..., por un lado; y USA, Francia, Italia..., por otro.
¿Ventajas de unas opciones sobre las otras?
Pues no parece que la ciudadanía de una monarquía viva mejor que la de una república, o viceversa. No parece haber ventajas de una opción sobre otras, sólo matices que cada uno ha de valorar como quiera y pueda.
El problema es que el debate que se ha organizado con la abdicación de Juan Carlos no es un intercambio racional de ideas sino, a mi humilde entender, pura visceralidad y ninguna racionalidad.
Y no hay nadie que le ponga sentido común a esto (bueno, ni a esto ni a nada, pero eso es otra cuestión).
Los pro-republicanos han iniciado una cruzada activa para ejercer su derecho a decidir, convencidos de que es su momento pero, quizás -sólo quizás-, confundiendo su descontento hacia los actuales gobernantes y la situación del país, con la forma de estado.
¿Y los otros? Pues lo de siempre, lo único que saben hacer: poner en marcha la maquinaria de la des-información, con sus mediocres empleados intentando convencer con mediocres argumentos, tendenciosos, y poco convincentes.
Pero, sobre todo, montados en una actitud defensiva en lugar de actuar de una manera no sólo responsable, sino inteligente.
En realidad, el statu quo está atemorizado, aterrado de que algo pueda cambiar, sin hacer una evaluación real de la magnitud del cambio.
Y es que el potencial cambio en cuestión, es decir, la conversión de España a formas republicanas,  ni tendría mayor trascendencia, ni tendría mayor inconveniente para nadie. Nada cambiaría de manera notable, y menos para ellos, que inevitablemente seguirían manteniendo su estatus socio-económico.
A unos parece que no les casan las formas monárquicas con una sociedad que aspira a calificarse de “moderna”, y eso de las dinastías se antoja un poco rancio y azaroso. Y es que, realmente, el único activo que puede esgrimir un heredero es ser “hijo de”; y supongo que, también, una preparación exquisita, aunque ya sabemos que “lo que natura non da, Salamanca non presta”.
Por otra parte, puede esperarse –aunque yo no pongo la mano en el fuego habida cuenta de los ejemplos y ejemplares mediocres que nos está tocando sufrir- que un aspirante a presidente de república ha de tener cualidades y preparación, a partes iguales e indistintas.
Y buena salud, que aunque parece una cuestión obvia, no lo es. Afortunadamente –para ellos-, la hemofilia, con tanta frecuencia asociada a las monarquías, va remitiendo con el ascenso de las plebeyas y/o los plebeyos a la más altas dignidades.
Pero… ¿realmente hay tantas diferencias para la ciudadanía entre monarquía y república?
¿Es que en Francia se gobierna mejor que en España? ¿O que en Gran Bretaña?
¿Es que en Holanda se gobierna mejor que en USA?
¿Es que los ciusdadanos de una forma política mantienen ventajas sobre la otra?
Pues, la verdad, no parece haber muchas diferencias…
No es la forma de estado lo que diferencia a unos países de otros; es otra cosa.
Y la adopción de una u otra forma de estado no parece tener muchas consecuencias para la ciudadanía, visceralidades aparte.
Entonces… ¿por qué tanto debate?
Sin embargo, hay una serie de aspectos a contemplar, aspectos diferenciadores de una y otra opción que se quedan en categoría de “matices”, unos más –subjetivamente- importantes que otros:
En primer lugar, un monarca, a diferencia de un presidente de república, no tiene color. Es decir, no es de izquierdas ni de derechas (o, al menos, así debería ser), lo cual tiene sus ventajas.
Por poner un ejemplo, cuando Zapatero llegó a Moncloa y retiró inmediatamente las tropas de Irak, poco después de quedarse sentado al paso de la bandera estadounidense en un desfile militar conjunto, las relaciones España-USA se deterioraron gravemente. Sin embargo, al poco tiempo, los reyes de España realizaron un viaje oficial a USA donde fueron recibidos, afablemente, por las más altas instancias estadounidenses, con la consiguiente mejora de las relaciones entre los dos países.
Y yo me pregunto si hubiera sido lo mismo si, en lugar un monarca, hubiéramos tenido un presidente de la república perteneciente al PSOE. ¿Hubiera sido recibido igualmente?
Es, cuanto menos, dudoso.
Entonces, podría ser que un monarca tuviese mayores ventajas o facilidades de representación frente a un presidente debido a su no afiliación política.
En segundo lugar, si España pasara a ser una república, habría que desmantelar la monarquía. ¿Problemas? ¿El rey y la reina a engrosar las listas del paro? Bueno, ya tenemos cinco millones de parados; no creo que fuera mucho más grave que hubiera dos parados más.
¿Ocurriría algo más, digno de tener en cuenta?
Bueno, quizás hay que reconocer que, a día de hoy, Juan Carlos es una “marca” de prestigio –y esto es más real de lo que parece- que se asocia, indefectiblemente, a España, y acaso el hecho de tirar ese activo a la papelera no sería recomendable ni para nuestro país ni para cualquier otro.
Poco más, aunque esto ya es bastante como para pensárselo.
En tercer lugar, no me fio de los políticos, y la cuestión es si el rey es un político al uso.
Yo creo que no a pesar de que, como “los otros”, tiene sus propios intereses personales e institucionales.
Sin embargo, un rey “es para siempre”, lo que le confiere diferentes y encontradas características. Por una parte, ha de planificar a largo plazo, por lo que no debe correr riesgos gratuitos, ni en lo personal ni en lo profesional. Ha de cuidar, bien y mucho, su comportamiento y sus acciones.
Un presidente tiene un horizonte temporal mucho más corto, más cercano, y sus potenciales errores no le perseguirán “de por vida”.
Y de la misma manera, un rey tiene más tiempo para ganarse un prestigio.
Sin embargo, esa vida profesional tan dilatada también le hace más vulnerable; no puede permitirse el lujo de crearse enemigos, y mucho menos enemigos institucionales o económicos, por lo que sus acciones no siempre podrían estar dictadas por sus responsabilidades para con sus “súbditos”.
En cuarto lugar, y en referencia a los costes, no parece que un presidente genere menos gastos que un rey porque, y entre otras, si el rey vive en palacio, lo mismo le ocurre hoy al presidente del gobierno, y mañana le ocurriría igualmente al presidente de la república, por lo que seguirían ocupados tanto Moncloa como Zarzuela (o el palacio que tocara como sustituto de este último, para no mantener vínculos incómodos). Y lo mismo en relación a escoltas, gastos institucionales, viajes, dietas, gabinete, etc., etc., etc.
En quinto lugar, uno puede sentirse representado por un rey sin color, de manera permanente; sin embargo, si se trata de un presidente de república, cada ciudadano se sentirá representado en función del éxito del color de su voto.
Esto no es absoluto, pero un rey trata de representar a todos, al igual que un presidente, pero un presidente de república se presenta, finalmente, por unos colores, por un partido político, y los que se sientan afines a ese color, perfecto; pero los otros tendrán que esperar hasta los siguientes comicios para sentirse identificados con “su presidente”, al igual que ocurre hoy con el presidente del gobierno.
Y en sexto y último lugar, la vida profesional de un rey se supone más larga –bastante más larga- que la de un presidente, y esto me genera una gran inquietud en lo que respecta a la forma republicana.
Me explico: supongamos un reinado de 39 años, como el de Juan Carlos; y supongamos, por la otra parte, un período de representación presidencial de 5 años. Esto significa una media de ocho presidentes por un monarca.
Y a la vista del panorama actual, en el caso de la monarquía sólo se enriquecería-corrompería- uno.
Pero es que en el caso de la república… ¡ocho presidentes a enriquecerse a costa de los ciudadanos!
Puffff, creo que son demasiados.
Quita, quita, me quedo con un rey.
 
abap
 
 

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