martes, 27 de noviembre de 2012

La lucha de clases sigue viva y no tiene ideología


El concepto “lucha de clases” se mantuvo vivo hasta la caída del bloque soviético, y fue a partir de ese momento cuando el mensaje oficial transformó esta idea en un concepto anticuado, “trasnochado”.
Desde entonces prácticamente no ha vuelto a utilizarse porque los defensores de estas tesis se sintieron perdedores. Ellos solitos. Bueno, no exactamente; contaron con la ayuda de los medios de desinformación, que transmitieron la idea de que el marxismo no funcionaba, como había quedado patente con la caída del bloque comunista.
Nunca entendí aquella rendición. Efectivamente, el bloque soviético había caído y dejado al descubierto infinidad de deficiencias en su sistema estructural.
Pero… ¿y el bloque capitalista? ¿Es que acaso no podemos contar por decenas, por centenares, ejemplos de países regidos por un sistema capitalista que son y han sido incapaces de sacar a sus ciudadanos de la explotación y la pobreza mientras sus dirigentes amasan una inmensa fortuna?
En Asia, África y América perderíamos la cuenta de los países que, al igual que el bloque soviético, han fracasado, pero con mucho mayor estrépito, con sus correspondientes sistemas capitalistas.
Pero los medios de desinformación actuaron con eficacia y contundencia, y vencieron a “la resistencia”.
De la misma manera, mientras el bloque soviético se mantuvo vivo, había que entregar un extra al trabajador occidental, a modo de antídoto, para que no coqueteara con ideas comunistoides.
Por entonces era célebre la idea de que la religión era “el opio del pueblo”. Desde entonces, a la religión se le ha añadido el fútbol, los programas del corazón, gran hermano, operación triunfo, etc., etc., y el idiotizante mensaje oficial de los medios de desinformación que se encargan de interpretar los hechos de manera que el ciudadano ya no necesite pensar por sí mismo; lo único que tiene que hacer es trabajar y, al llegar a casa, pincharse la televisión en vena hasta el día siguiente.
Del resto ya se encargan ellos.
¿Cuál es el resultado?
Desde hace unos años los ciudadanos nos hemos vuelto tan estúpidos como se había programado y no olemos el queso aunque se trate de un cabrales curado en cueva asturiana.
Y, por cierto, esto no es monopolio español, sino que es una pandemia mundial, globalizada.
Así, el poder ha sido capaz de camuflarse y convertirse en un ser anónimo, opaco e inexistente, que ha reclutado una caterva de capataces que obedecen ciegamente sus consignas sin hacerse preguntas mientras llenan sus bolsillos con lo que para sus jefes son migajas, y para los ciudadanos son auténticas fortunas.
Ese poder transnacional, en una campaña mundial - “la globalización”-, ha puesto en marcha mecanismos dogmáticos (el librecambio, la libre e instantánea circulación de capitales especuladores por las redes digitales, por ejemplo) a los cuales nadie puede oponerse so pena de ser tachado de ignorante y –de nuevo- anticuado, y se ha hecho con las riendas del planeta.
Es ese poder egoísta, insensible y sicópata, capaz de contemplar impávido – si no provocar-  ese cóctel de miseria y muerte por hambre en el tercer mundo sin tender una mano, y que ahora ha apuntado sus armas al primer mundo, sembrando de dramatismo y destrucción el adormilado y estúpido mundo de los ciudadanos que habíamos soñado con “el bienestar”, para nosotros y nuestras familias, y que ahora asistimos sorprendidos e incrédulos a nuestro propio drama. Pero ahora ya no tenemos necesidad de encender la caja tonta para recibir imágenes, reales pero lejanas, de las penurias del mundo pobre. Ya las tenemos delante, en directo, al alcance de la mano, en nuestro propio mundo y afectando a nuestro entorno más cercano.
Y no deja de maravillar lo bien que “el-poder-real” ha tejido su red así como la precisión y eficacia de sus instrumentos, financieros y mediáticos, verdaderas armas de destrucción masiva.
La verdad es que es para felicitarles…, si no fuera por la enorme perversidad y egoísmo de sus acciones y sus dramáticas consecuencias.
¿Y los capataces?
También llamados “clase política”, asimismo -y al igual que sus amos- sicópatas insensibles, que venden su dignidad al albur de justificaciones con tintes de interés nacional, y a quien no les tiembla la mano para favorecer a sus amos a costa de infligir el sufrimiento que sea necesario a los ciudadanos, supuesto estamento soberano de una supuesta democracia -merced a la peor de las propagandas-, tan emputecida que algunos ya la confunden con una tiranía perfectamente camuflada, la neo-tiranía con adornos de democracia.
Son una nueva “clase”, paniaguada y rentista a costa de los ciudadanos, con una habilidad especial para engañar vilmente a quienes sufragan su traición.
Se atribuyen prebendas escandalosas, favorecen a sus amos, putean a los ciudadanos.
Y no se les cae la cara de vergüenza.
No es necesario que tengan conocimiento alguno, ni siquiera un curriculum vitae mínimo; a cualquier universitario recién licenciado, becario en prácticas de cualquier multinacional, se le exige mejor currículo que al mismísimo presidente del gobierno. Lo único que se le exige a este último es obediencia ciega a “los mercados”; es decir, a los amos. Y para eso no es necesario tener estudios ni -para nada- criterio propio.
No tienen ni iniciativa, ni ideas propias, ni un mínimo conocimiento de algo tan básico para un buen gobierno como es una base de cultura económica.
¡Claro!
Es que si entendieran, aunque sólo fuera un poquito, podrían negarse a obedecer.
Por eso es imprescindible que la clase política sea –prácticamente- analfabeta en materia de gobierno y carente del menor criterio.
Por eso, las últimas generaciones de gobernantes, en todos los países de este planeta, son mediocres. Absoluta y totalmente mediocres.
Y el que extrañamente tiene un mínimo de conocimiento y criterio, no quiere saber, mientras se llena el bolsillo de manera ilícita e indigna con la aprobación de sus amos y la ignorancia de sus gobernados.
Así, obedecen a sus amos sin rechistar, sin importarles ni un pimiento las consecuencias que sus acciones ejercerán sobre los ciudadanos.
Son insensibles, paniaguados, una nueva clase de “castrati” que ponen su fino canto en escena interpretando la partitura que sus amos han escrito, en una representación perfecta que, desgraciadamente, los ciudadanos, en nuestra estupidez, aplaudimos y apoyamos en un absurdo ejercicio de supuesta democracia.
 Son los que, de manera indecente, solicitan su voto cada cuatro años con promesas que, una vez en el poder, son perfectamente ignoradas.
¡Y aun así se sienten respaldados por las urnas!
Y no se les cae la cara de vergüenza.
Hoy la lucha de clases es más real que nunca, aunque en realidad nunca dejó de tener razón de ser, aunque así nos lo hayan intentado introducir en nuestras neuronas.
La lucha de clases no tiene las connotaciones ideológicas, recurrentemente marxistas, que pretenden otorgarle. La lucha de clases es algo intrínseco en la naturaleza del ser humano cuando es injusta y abusivamente oprimido por un poder  abusivo. Es una característica diferenciadora y patrimonial del ser humano, independientemente de la ideología que profese. Sigue siendo, simplemente, la lucha del débil contra el abuso del fuerte, como ha sido desde que el mundo es mundo.
Pero ahora ya no es el obrero frente al patrono.
Ahora es el ciudadano, en la sempiterna y total indefensión, el que debe luchar para salvaguardar su entorno más básico contra el atraco impune que perpetran los amos del mundo, los llamados “mercados”, que no son sino ese gran capital  transnacional, tan especulativo como improductivo, egoísta y sicópata.
Y con la connivencia y colaboración de la indigna y traidora clase política que no nos merecemos.
O sí…
Porque cuando la clase política lanza sus cantos de sirena cada cuatro años, los ciudadanos, en nuestra infinita estupidez, los reelegimos una vez más, en un pueril, absurdo e irracional ejercicio de masoquismo.
Para que el show continúe…
Realmente, debemos reconocerlo:
Tenemos lo que nos merecemos.

abap

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