El Frente Nacional francés, con Marine Le Pen al frente, dio un mitin en París el pasado domingo 18 de Mayo de 2014 con motivo de las elecciones al parlamento europeo en el que soslayó el mensaje antisemita y xenófobo y se centró en reivindicar sus posiciones antieuropeistas, a la vez que repartió duras críticas a la globalización neoliberal, a la Unión Europea, a los grandes partidos, a la política socio-económica que tiraniza el mundo, al proyecto euro, a la política monetaria europea, a la gris burocracia europea plegada al poder financiero, etc., etc.
Y,
sorprendentemente –o no tanto-, ensalzó la figura de Vladimir Putin al que
retrató como un patriota enfrentándose a oscuros y taimados intereses estadounidenses.
El discurso
del Frente Nacional, a diferencia de los partidos oficialistas, afronta y
cuestiona los aspectos socio-político-económicos que realmente preocupan a la población
francesa. Mientras los partidos oficialistas se empeñan en una cruzada estéril
en defensa del inaceptable statu quo, el Frente Nacional, actuando con la
independencia de no deberle nada a nadie y libre de cargas ajenas a sus propios
intereses, cuestiona y descarna uno a uno todos los males que están ahogando a Europa
y a los ciudadanos europeos, ganando la posición a sus adversarios y dejándoles
en total evidencia ante la ciudadanía. Tan es así que, a una semana escasa de
los comicios, el Frente Nacional encabeza las encuestas de
intención de voto, algo impensable en Francia para un partido de ultraderecha a
pesar de relativos éxitos no muy lejanos.
Y, mientras tanto… ¿qué hacen, qué
dicen sus adversarios, “los grandes partidos” franceses?
Pues, al igual que en España, lo de
siempre; nada nuevo, nada ilusionante. Dicen lo de siempre, y prometen lo que hasta
ellos mismos saben que no van a cumplir.
Ellos mismos se han convertido en la
oscuridad, la nada.
En el preocupante
contexto europeo, los partidos oficialistas no hacen criticas importantes; todo
está bien…
Es decir: a
la gran mayoría ciudadana y a la extrema derecha le preocupa la situación; a
los grandes partidos oficialistas, a los partidos amarillos, no sólo no parece
preocuparles la situación sino que, a más gloria, la defienden.
La
consecuencia de esta situación, tan delirante como inaceptable, es que la
extrema derecha les está ganando la partida a los oficialista, por méritos
propios y por deméritos ajenos.
Y la facción oficialista, en una
ceguera que se antoja crónica, no es capaz de analizar adecuadamente la
situación y reaccionar de manera eficiente.
Aunque
quizás ya no puede. Quizás la instrumentación de los partidos políticos “de
masas” a manos del gran poder, en la consecución de sus perversos intereses y
en claro enfrentamiento con los intereses de la ciudadanía, ha desgastado a
estos partidos hasta tal punto que ya han perdido, de manera irreversible, la poca
credibilidad que les quedaba.
Parece
oportuno recordar la corrupción generalizada que se ha incrustado en estos
partidos, que a cambio de las “30 monedas de plata” que les concede el gran
poder para cerrar los ojos a sus desmanes, venden a sus ciudadanos –a sus propios
votantes- en una rebaja moral tan flagrante como impune, y que pone en peligro
la ética social más básica.
Quizás los partidos oficialistas al
uso ya es una fórmula quemada.
Quizás los partidos oficialistas al
uso ya están muertos.
Por méritos
propios.
Mientras
tanto, la ultraderecha gana terreno.
Y más allá
de la obvia inquietud por un potencial éxito de la extrema derecha francesa, se
atisban indicios de una situación más preocupante, y se hace muy frustrante ver
cómo la historia se repite, una y otra vez, cometiendo los mismos errores.
¡Los
mismos, una y otra vez!
Y el
problema -el gran problema- es que no hay razón por la que no deban repetirse,
tras los errores, las subsiguientes tragedias.
Vayamos por
partes.
Los “grandes partidos”
Estos partidos,
los que sistemáticamente han acaparado mayoritariamente el voto de los
ciudadanos, han perdido sus señas de identidad. Los escándalos y los indicios
de connivencia con el poder los han quemado y ya no ilusionan. Su sometimiento -o
mejor dicho, su control- por parte del poder (el poder real, el poder financiero,
o como se le quiera llamar) se hace patente cada día, y los ciudadanos ya no se
fían y no cuentan con ellos para conducir los cambios que la sociedad pide a
gritos en estos primeros años del siglo XXI.
La ausencia de liderazgo
Ya no hay líderes en el mundo.
O, al menos, no están donde deberían
estar: al servicio de los ciudadanos.
Un dirigente político con
personalidad y capacidad de liderazgo, incluso hasta con ideas propias (!!!!!),
“no debe” jamás llegar al poder porque quizás (acaso, tal vez) tome
decisiones... ¡a favor de los ciudadanos! Es peligroso para los intereses de “los de
siempre”.
Por eso debemos acostumbrarnos al bajo
–ínfimo- perfil de los políticos al uso: Rajoy, Hollande, Obama, el
afortunadamente defenestrado Mario Monti, los oscuros funcionarios europeos
Durao Barroso, Van Rompuy, Olli Rehn, etc., etc., etc., con los que no podemos
contar para nada (para nada bueno…) más que para obedecer a los de siempre.
Es decir, debemos olvidarnos de
ellos, nunca van a hacer nada por nosotros.
Los intereses de “los mercados financieros”
Esta élite internacional, sicópata, apátrida
y deslocalizada, últimamente denominada “mercados financieros” y anteriormente
“el capital”, son los que ejercen el mayor control sobre mundo que jamás se
haya producido hasta estos momentos, gracias a lo que se ha dado en llamar “la
globalización”, la globalización neoliberal, un invento que se te atraganta a
poco que pienses.
Controlan los medios de comunicación
(y, por consiguiente, los mensajes oficiales que se introducen de manera
inevitable en la mente de los ciudadanos), los partidos políticos (los grandes
partidos, los partidos de masas), la economía, los mercados, las materias
primas, el poder militar, la diplomacia, etc., etc.
Controlan hasta la ética y la moral
de la sociedad.
Lo
controlan TODO.
La ciudadanía
Los ciudadanos no están satisfechos;
parece haber consenso en esta cuestión.
Pero nada les une, nada aglutina ese
descontento.
Ha habido intentos espontáneos, pero
no han cuajado (movimientos como 15-M, Occupy Wall Street, y otros).
Esta
función de aglutinamiento es la que han jugado, hasta el momento, los partidos
políticos, pero ya pocos creen en ellos. La insatisfacción ciudadana no tiene
un cauce que recoja y dirija su malestar hacia una operativa real de cambio.
Los errores recurrentes
Cuando terminó la primera guerra
mundial –por poner un ejemplo relativamente reciente-, el presidente
estadounidense Woodrow Wilson mantuvo una prolongada presencia fuera de su país
(por primera y única vez en la historia de Estados Unidos), en Europa, tratando
de manera infructuosa de convencer a sus aliados franceses y, especialmente a
los británicos, para rebajar las durísimas sanciones que querían imponer a los
derrotados, fundamentalmente a Alemania.
Wilson pensaba que esas medidas no
iban a conducir a nada bueno. Y finalmente, engañado y ninguneado por los
británicos, cansado y aburrido de constantes prorrogas y aplazamientos, tuvo
que regresar a su país para atender sus obligaciones presidenciales.
Desgraciadamente, acertó.
Las duras sanciones
impuestas a Alemania se convirtieron en el caldo de cultivo de lo que veinte
años más tarde se tradujo en la segunda guerra mundial.
El paralelismo inquietante
La situación
de esa Europa posterior al fin de la primera guerra mundial, y la situación
actual, tienen dos denominadores comunes: el descontento ciudadano (el alemán,
en el caso pretérito), y la incapacidad de los gobernantes (los británicos
vencedores, que no tuvieron una visión acertada de las consecuencias de sus
decisiones, y los gobernantes actuales, de incapacidad manifiesta).
Y asoma una
nueva y preocupante semejanza.
La
ascensión de Adolf Hitler al poder se produjo entre los vítores de los
frustrados ciudadanos alemanes, que se veían acomplejados, desesperanzados e
incapaces de remontar una situación de sojuzgamiento por parte aliada. Hitler
aglutinó ese descontento y transmitió confianza a los sufridos alemanes, los
cuales le llevaron en volandas a la conducción de su país.
En estos
momentos, los ciudadanos europeos están insatisfechos y desesperanzados, huérfanos
de un liderazgo que dirija su descontento.
Sin
embargo, el discurso del Frente Nacional que dirige Marine Le Pen apunta con
precisión y hace blanco en los orígenes de ese descontento: la irracionalidad
de la actual situación socio-económica, la sospechosa operación
“Globalización”, y el fracaso de ese rematadamente mal diseñado proyecto que
han querido llamar, en un hurto flagrante de logotipo, “Europa”, esa Europa tan
mal parida como frustrante.
El control
absolutista que “el poder” está ejerciendo sobre el mundo, y la ofuscación y
obcecación en imponer una doctrina económica tan cuestionada como –en opinión
de muchos expertos- innecesaria, que inflige un enorme sufrimiento y genera un
peligroso descontento en la ciudadanía, hace pensar que esta gente está jugando
con fuego.
El descontento ciudadano busca un
cauce, un liderazgo ilusionante, y las vías “oficialistas” que se les propone
(los grandes partidos) son incapaces, ya no sirven.
Pero la
oferta oficial termina ahí, no ofrece más opciones.
La cuestión
es: ¿Se va a conformar la ciudadanía con esta paupérrima oferta?
La historia dice que no, que la
ciudadanía encontrará una salida, por las buenas o por las malas.
Y…
¿entonces?
Es difícil
entender cómo es posible que “los de siempre” vuelvan a cometer, una vez más, los
mismos errores.
¿Serán Marine Le Pen y el Frente
Nacional un cauce válido para el descontento ciudadano?
¿Se convertirá Marine Le Pen en el
Hitler del siglo XXI?
En ese
caso… ¿qué ocurrirá a continuación?
El próximo domingo son las
elecciones al parlamento europeo, y mostrarán una medida de las opciones reales
de la ultraderecha en Francia, la gran Francia, herida y acosada por “los mercados”.
En
cualquier caso, y ocurra lo que ocurra, lo cierto es que se lo están poniendo
en bandeja.
Veremos qué
ocurre en España.
Para el que lo quiera ver, el
descontento está ahí, no se puede borrar, y está a la espera de un liderazgo
ilusionante.
abap
(En
realidad el título que había pensado es: “La ultraderecha francesa, la ausencia
de liderazgo, el gran capital, la globalización, el animal que tropieza en la
misma piedra, y dios nos coja confesados“, pero me pareció un poco largo…).
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