martes, 20 de mayo de 2014

La ausencia de liderazgo y la ultraderecha francesa


 

El Frente Nacional francés, con Marine Le Pen al frente, dio un mitin en París el pasado domingo 18 de Mayo de 2014 con motivo de las elecciones al parlamento europeo en el que soslayó el mensaje antisemita y xenófobo y se centró en reivindicar sus posiciones antieuropeistas, a la vez que repartió duras críticas a la globalización neoliberal, a la Unión Europea, a los grandes partidos, a la política socio-económica que tiraniza el mundo, al proyecto euro, a la política monetaria europea, a la gris burocracia europea plegada al poder financiero, etc., etc.
Y, sorprendentemente –o no tanto-, ensalzó la figura de Vladimir Putin al que retrató como un patriota enfrentándose a oscuros y taimados intereses estadounidenses.
El discurso del Frente Nacional, a diferencia de los partidos oficialistas, afronta y cuestiona los aspectos socio-político-económicos que realmente preocupan a la población francesa. Mientras los partidos oficialistas se empeñan en una cruzada estéril en defensa del inaceptable statu quo, el Frente Nacional, actuando con la independencia de no deberle nada a nadie y libre de cargas ajenas a sus propios intereses, cuestiona y descarna uno a uno todos los males que están ahogando a Europa y a los ciudadanos europeos, ganando la posición a sus adversarios y dejándoles en total evidencia ante la ciudadanía. Tan es así que, a una semana escasa de los comicios, el Frente Nacional encabeza las encuestas de intención de voto, algo impensable en Francia para un partido de ultraderecha a pesar de relativos éxitos no muy lejanos.
Y, mientras tanto… ¿qué hacen, qué dicen sus adversarios, “los grandes partidos” franceses?
Pues, al igual que en España, lo de siempre; nada nuevo, nada ilusionante. Dicen lo de siempre, y prometen lo que hasta ellos mismos saben que no van a cumplir.
Ellos mismos se han convertido en la oscuridad, la nada.
En el preocupante contexto europeo, los partidos oficialistas no hacen criticas importantes; todo está bien…
Es decir: a la gran mayoría ciudadana y a la extrema derecha le preocupa la situación; a los grandes partidos oficialistas, a los partidos amarillos, no sólo no parece preocuparles la situación sino que, a más gloria, la defienden.
La consecuencia de esta situación, tan delirante como inaceptable, es que la extrema derecha les está ganando la partida a los oficialista, por méritos propios y por deméritos ajenos.
Y la facción oficialista, en una ceguera que se antoja crónica, no es capaz de analizar adecuadamente la situación y reaccionar de manera eficiente.
Aunque quizás ya no puede. Quizás la instrumentación de los partidos políticos “de masas” a manos del gran poder, en la consecución de sus perversos intereses y en claro enfrentamiento con los intereses de la ciudadanía, ha desgastado a estos partidos hasta tal punto que ya han perdido, de manera irreversible, la poca credibilidad que les quedaba.
Parece oportuno recordar la corrupción generalizada que se ha incrustado en estos partidos, que a cambio de las “30 monedas de plata” que les concede el gran poder para cerrar los ojos a sus desmanes, venden a sus ciudadanos –a sus propios votantes- en una rebaja moral tan flagrante como impune, y que pone en peligro la ética social más básica.
Quizás los partidos oficialistas al uso ya es una fórmula quemada.
Quizás los partidos oficialistas al uso ya están muertos.
Por méritos propios.
Mientras tanto, la ultraderecha gana terreno.
Y más allá de la obvia inquietud por un potencial éxito de la extrema derecha francesa, se atisban indicios de una situación más preocupante, y se hace muy frustrante ver cómo la historia se repite, una y otra vez, cometiendo los mismos errores.
¡Los mismos, una y otra vez!
Y el problema -el gran problema- es que no hay razón por la que no deban repetirse, tras los errores, las subsiguientes tragedias.
Vayamos por partes.
Los “grandes partidos”
Estos partidos, los que sistemáticamente han acaparado mayoritariamente el voto de los ciudadanos, han perdido sus señas de identidad. Los escándalos y los indicios de connivencia con el poder los han quemado y ya no ilusionan. Su sometimiento -o mejor dicho, su control- por parte del poder (el poder real, el poder financiero, o como se le quiera llamar) se hace patente cada día, y los ciudadanos ya no se fían y no cuentan con ellos para conducir los cambios que la sociedad pide a gritos en estos primeros años del siglo XXI.
La ausencia de liderazgo
Ya no hay líderes en el mundo.
O, al menos, no están donde deberían estar: al servicio de los ciudadanos.
Un dirigente político con personalidad y capacidad de liderazgo, incluso hasta con ideas propias (!!!!!), “no debe” jamás llegar al poder porque quizás (acaso, tal vez) tome decisiones... ¡a favor de los ciudadanos!  Es peligroso para los intereses de “los de siempre”.
Por eso debemos acostumbrarnos al bajo –ínfimo- perfil de los políticos al uso: Rajoy, Hollande, Obama, el afortunadamente defenestrado Mario Monti, los oscuros funcionarios europeos Durao Barroso, Van Rompuy, Olli Rehn, etc., etc., etc., con los que no podemos contar para nada (para nada bueno…) más que para obedecer a los de siempre.
Es decir, debemos olvidarnos de ellos, nunca van a hacer nada por nosotros.
Los intereses de “los mercados financieros”
Esta élite internacional, sicópata, apátrida y deslocalizada, últimamente denominada “mercados financieros” y anteriormente “el capital”, son los que ejercen el mayor control sobre mundo que jamás se haya producido hasta estos momentos, gracias a lo que se ha dado en llamar “la globalización”, la globalización neoliberal, un invento que se te atraganta a poco que pienses.
Controlan los medios de comunicación (y, por consiguiente, los mensajes oficiales que se introducen de manera inevitable en la mente de los ciudadanos), los partidos políticos (los grandes partidos, los partidos de masas), la economía, los mercados, las materias primas, el poder militar, la diplomacia, etc., etc.
Controlan hasta la ética y la moral de la sociedad.
Lo controlan TODO.
La ciudadanía
Los ciudadanos no están satisfechos; parece haber consenso en esta cuestión.
Pero nada les une, nada aglutina ese descontento.
Ha habido intentos espontáneos, pero no han cuajado (movimientos como 15-M, Occupy Wall Street, y otros).
Esta función de aglutinamiento es la que han jugado, hasta el momento, los partidos políticos, pero ya pocos creen en ellos. La insatisfacción ciudadana no tiene un cauce que recoja y dirija su malestar hacia una operativa real de cambio.
Los errores recurrentes
Cuando terminó la primera guerra mundial –por poner un ejemplo relativamente reciente-, el presidente estadounidense Woodrow Wilson mantuvo una prolongada presencia fuera de su país (por primera y única vez en la historia de Estados Unidos), en Europa, tratando de manera infructuosa de convencer a sus aliados franceses y, especialmente a los británicos, para rebajar las durísimas sanciones que querían imponer a los derrotados, fundamentalmente a Alemania.
Wilson pensaba que esas medidas no iban a conducir a nada bueno. Y finalmente, engañado y ninguneado por los británicos, cansado y aburrido de constantes prorrogas y aplazamientos, tuvo que regresar a su país para atender sus obligaciones presidenciales.
Desgraciadamente, acertó.
Las duras sanciones impuestas a Alemania se convirtieron en el caldo de cultivo de lo que veinte años más tarde se tradujo en la segunda guerra mundial.
El paralelismo inquietante
La situación de esa Europa posterior al fin de la primera guerra mundial, y la situación actual, tienen dos denominadores comunes: el descontento ciudadano (el alemán, en el caso pretérito), y la incapacidad de los gobernantes (los británicos vencedores, que no tuvieron una visión acertada de las consecuencias de sus decisiones, y los gobernantes actuales, de incapacidad manifiesta).
Y asoma una nueva y preocupante semejanza.
La ascensión de Adolf Hitler al poder se produjo entre los vítores de los frustrados ciudadanos alemanes, que se veían acomplejados, desesperanzados e incapaces de remontar una situación de sojuzgamiento por parte aliada. Hitler aglutinó ese descontento y transmitió confianza a los sufridos alemanes, los cuales le llevaron en volandas a la conducción de su país.
En estos momentos, los ciudadanos europeos están insatisfechos y desesperanzados, huérfanos de un liderazgo que dirija su descontento.
Sin embargo, el discurso del Frente Nacional que dirige Marine Le Pen apunta con precisión y hace blanco en los orígenes de ese descontento: la irracionalidad de la actual situación socio-económica, la sospechosa operación “Globalización”, y el fracaso de ese rematadamente mal diseñado proyecto que han querido llamar, en un hurto flagrante de logotipo, “Europa”, esa Europa tan mal parida como frustrante.
El control absolutista que “el poder” está ejerciendo sobre el mundo, y la ofuscación y obcecación en imponer una doctrina económica tan cuestionada como –en opinión de muchos expertos- innecesaria, que inflige un enorme sufrimiento y genera un peligroso descontento en la ciudadanía, hace pensar que esta gente está jugando con fuego.
El descontento ciudadano busca un cauce, un liderazgo ilusionante, y las vías “oficialistas” que se les propone (los grandes partidos) son incapaces, ya no sirven.
Pero la oferta oficial termina ahí, no ofrece más opciones.
La cuestión es: ¿Se va a conformar la ciudadanía con esta paupérrima oferta?
La historia dice que no, que la ciudadanía encontrará una salida, por las buenas o por las malas.
Y… ¿entonces?
Es difícil entender cómo es posible que “los de siempre” vuelvan a cometer, una vez más, los mismos errores.
¿Serán Marine Le Pen y el Frente Nacional un cauce válido para el descontento ciudadano?
¿Se convertirá Marine Le Pen en el Hitler del siglo XXI?
En ese caso… ¿qué ocurrirá a continuación?
El próximo domingo son las elecciones al parlamento europeo, y mostrarán una medida de las opciones reales de la ultraderecha en Francia, la gran Francia, herida y acosada por “los mercados”.
En cualquier caso, y ocurra lo que ocurra, lo cierto es que se lo están poniendo en bandeja.
Veremos qué ocurre en España.
Para el que lo quiera ver, el descontento está ahí, no se puede borrar, y está a la espera de un liderazgo ilusionante.
  
abap
 
(En realidad el título que había pensado es: “La ultraderecha francesa, la ausencia de liderazgo, el gran capital, la globalización, el animal que tropieza en la misma piedra, y dios nos coja confesados“, pero me pareció un poco largo…).
 


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